El Gobierno chino todavía no había bloqueado Wuhan cuando la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, decidió suspender todos los vuelos procedentes de esa ciudad a finales de diciembre. En enero, puso en marcha un paquete de 124 medidas para detener el avance del virus sin recurrir al confinamiento. El país insular, de 24 millones de habitantes y que, por sus complejas relaciones con China, no forma parte de la Organización Mundial de la Salud, sólo ha confirmado 429 casos de contagio y seis muertos.
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardner, decidió poner en cuarentena a todo aquel que entrara en el país a mediados de marzo, cuando sólo se habían registrado seis contagios. Poco después, prohibió la entrada a todos los ciudadanos extranjeros. Ardner no ha dejado pasar un solo día sin comunicarse con la población y ha optado por diálogos más íntimos a través del Facebook Live. Sólo han fallecido 19 de los 1.476 infectados. Su gestión ha disparado su popularidad, que ya supera el 80.
“Esto es serio; tómenselo en serio ustedes también”, exhortó sin paliativos la canciller alemana, Angela Merkel, a la ciudadanía el pasado 18 de marzo. La República Federal ha llevado a cabo una campaña de tests masivos –unos 350.000 a la semana–, que han conseguido que, pese al elevado número de contagios –casi 162.000–, el número de fallecidos por millón de habitantes haya sido muy inferior al de la mayoría de países europeos: la cifra ronda los 6.500. A eso se le ha unido la característica comunicación directa y calmada de Merkel, cuyas explicaciones sobre la epidemia (recordemos que tiene un doctorado en química cuántica) han llegado a hacerse virales.
En Islandia, la primera ministra, Katrín Jakobsdóttir, ha optado por una estrategia única en el mundo: ofrecer acceso a tests gratuitos a todos los ciudadanos de este pequeño país de algo más de 360.000 habitantes. También puso rápidamente en marcha un sistema de monitoreo y aislamiento de todas aquellas personas que podrían haber estado en contacto con el virus. Eso permitió evitar un confinamiento estricto. El coronavirus allí sólo se ha cobrado la vida de diez personas.
Previsión y rapidez han sido las claves del éxito de los otros tres países nórdicos gobernados por mujeres. Todas ellas ordenaron un temprano cierre de fronteras, un confinamiento estricto y una amplia campaña de pruebas. También han optado por estrategias de comunicación innovadoras. En Finlandia, Sanna Marin, se ha apoyado en los influencers de las redes sociales. Y tanto la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, como la noruega Erna Solberg han realizado ruedas de prensa exclusivamente para niños. La OMS alababa este jueves el laxo modelo sueco, capitaneado por el primer ministro Stefan Löfven, como ejemplo de la “nueva normalidad”. Pero lo cierto es que su ratio de muertes por millón de habitantes es muy superior al de sus vecinos.
“Siempre tendemos a achacarlo todo al género. Pero la realidad es más compleja: no existe una forma única de liderazgo femenino”, alerta la profesora de Liderazgo y Organización de la universidad de Essex Elisabeth Kelan. “Desde el punto de vista científico, es difícil argumentar que las mujeres responden mejor a las crisis”, afirma. No obstante, el hecho de que las mujeres tengan que lidiar con más obstáculos que los hombres para llegar a posiciones de poder, sí que les ofrece algunos conocimientos que pueden ser útiles. “Las mujeres probablemente han estado expuestas a más retos durante su ascenso hacia el liderazgo, lo que las ha forzado a pensar en más opciones, desarrollar más alternativas y flexibilizan su estilo”, explica la experta.
“No deberíamos exigirle a las mujeres más de lo que exigiríamos a los hombres”
Núria Mas, profesora del IESE y consejera del Banco de España, se expresa con la misma cautela. “Hay ciertas diferencias en el estilo de liderar femenino pero, observando las estadísticas, en estos momentos no hay una evidencia significativa de que los países liderados por mujeres tengan una mortalidad diferente que los liderados por hombres. Aun sí, parece que hay algún tipo de correlación”, indica. Mas destaca que el liderazgo femenino suele ser más participativo, pero también apunta al alto perfil académico de muchas de las líderes de este grupo de países como posible causa de su buen manejo de la crisis.
El tipo de sociedad que gobiernan las mujeres también podría tener un papel importante. “Los países que saben gestionar bien las crisis suelen tener buenas institu-ciones. Y es muy probable que este tipo de países sea menos discriminatorio a la hora de escoger a una mujer como líder”, opina Mas.
Ambas expertas coinciden en que sería un error idealizar el liderazgo femenino. Para Kelan, es un tópico recurrente pero simplista: “Me recuerda a cuando Christine Lagarde dijo durante la crisis financiera que, si Lehman Brothers hubiera sido Lehman Sisters, no hubiera ocurrido lo mismo”. “No deberíamos exigirle a las mujeres más de lo que exigiríamos a los hombres”, concluye Mas.