Artículo de Adriana López Redondo, periodista experta en marketing y gestión comercial.

La publicidad no entiende de crianza

Un mes más tarde de quedarme en el paro, me quedé embarazada. Quizá no era el momento, quizá sí.

Tuve un embarazo de riesgo y en reposo absoluto confinada en casa y, desde el sofá, cree la web que más tarde me llevaría a emprender como freelance.

Convertida en madre, la conciliación laboral fue un camino muy difícil debido a los pactos no respetados de conciliación que dejé claros desde un inicio y que no se cumplieron.

La publicidad no entiende de horas, los clientes piden informes de un día para otro y los usuarios en redes sociales preguntan o se quejan en horas que no esperas.

Horas conectada al ordenador, llamadas inoportunas mientras bañaba a mi hijo, imágenes que llegaban tarde de la agencia cuando tenía que ir a recogerlo de la guardería y siempre con mails por responder o textos para revisar de noche. Unido a mi pareja, también autónoma, con horarios a expensas de clientes.

La maternidad fue un camino duro y maravilloso a la vez. Él, Teo, me hizo conocer cosas que desconocía hasta entonces. Un amor incondicional y también una paciencia en mayúsculas.

Fue un embarazo ansioso por verle con vida y quise controlarlo todo, tarea imposible con un bebé. La ansiedad del reposo absoluto y sus dos ingresos en el hospital al primer y tercer mes de vida me pasaron factura con una depresión postparto. Todo mejoró con ayuda profesional.

Seguí formándome y trabajando en mi vocación profesional, la comunicación digital.

Pero llegó un día en el que el equilibrio trabajo-crianza en una agencia pudo conmigo y busqué otras vías que permitieran mayor flexibilidad.

Compaginé mi trabajo actual, social media manager de Melic Método Canguro con tareas de comunicación y administrativas en la administración de fincas de mi pareja. ¡Por fin existía la conciliación!

Pero duró muy poco… porque un virus paralizó los cinco continentes y me hizo descubrir un mundo nuevo: hostil y consciente a la vez.

La primavera no lo sabía

El confinamiento fue doloroso a la vez que bonito. Me inquietaba el desconocimiento y la virulencia del virus, la falta de horarios y rutina y me pesaba el insomnio y la falta de libertad.

Durante las noches de insomnio escribí. Escribí sobre lo bueno y lo malo de ese confinamiento. Y escribí tanto que me fui atrás y relaté en forma de biografía lo que supuso mi embarazo con reposo absoluto, el aprendizaje sobre mi maternidad y la conciliación laboral.

Esos días también conecté con mi hijo como nunca para que recordara ese encierro como unas vacaciones. Antes de entender que lo importante era el juego libre, buscaba mil actividades y manualidades para hacer. Más tarde me di cuenta de que teletrabajar con un niño de 4 años era imposible, así que las mañanas fluíamos con Netflix o Disney, nos recreábamos en la cocina para elaborar madalenas y helados, y las tardes se pintaban en el balcón o se convertían una sesión de cosquillas y música.

Era como si viviera un segundo confinamiento; el primero, en reposo absoluto, tuvo un propósito positivo, pero el virus del Covid conllevaba un gran aprendizaje humano.

Y de todo ello nació mi libro, ‘Tú me has hecho mejor (título originario en catalán ‘Tu m’has fet millor’): una historia real, maravillosa y dura a la vez; una mirada a la maternidad, a la crianza, a la falta de conciliación laboral y lo vivido, positiva y negativamente durante el confinamiento. Porque estoy segura de que los ojos de Teo me hicieron mejor, siempre.

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